"Un lugar para la alquimia"

La Cumbre, Córdoba, Argentina
En pleno corazón de La Cumbre, alejado del ruido y el estrés; en una casona de estilo inglés de principio de siglo pasado, donde la sobriedad, elegancia y su fina decoración, se unen para dar paso a un hotel con personalidad propia, que lo invita a relajarse y disfrutar de un entorno natural, donde solo hay lugar para el placer y el relax. Dispone de un parque de 10.000 mts2, llano, igual que las instalaciones por dentro que están en una sola planta, lo cual hace del hotel un lugar cómodo para personas mayores y niños.

miércoles, 8 de febrero de 2012

El Hechizo del "Valle de los Comechingones"


Texto: Rubén D. Fernández Lisso

“En medio de lo más alto de las Sierras Chicas, en el pinar de verdes oscuros y sombras, los rayos de sol penetran con calidez. La brisa suave y fresca juega con las plantas. Los pájaros y los insectos cantan a la vida. No hay ruidos de autos, ni de fábricas. En realidad, no hay fábricas. No hay contaminación. El cielo es tan celeste como puede ser.Ahí, donde vive la naturaleza, encontró su refugio el escritor.”
Cuentan que por ahí hubo canteras de mármoles y minas de oro. Los folletos de la época recomendaban el lugar a turistas en busca de recreación o para el cansado hombre de negocios en busca de reposo.  Monseñor Pablo Cabrera, en su obra Punilla: desde el Dique al Uritorco, habla de una pintura rupestre que los autóctonos llamaban el letrero: Era un alero de piedra como de seis o más metros de ancho y tres o cuatro de alto. De todo participaba: de mirador, de adoratorio y de vivienda. Se destacaba en lo alto del acantilado o barranca del río, extendiéndose de Este a Oeste.Había que subir por una escalinata de granito, que ya en esa época, estaba desgastada por los siglos En el fondo de la granítica mansión se desarrollaba una pictografía soberbia, interesante, valiosísima. Representaba con todos sus pormenores, y hasta con detalles de cierto sabor cómico, una corrida o boleo de avestruces y guanacos hechos por los indios a través de la pampa de Oláen o Ayampitín. De tres colores habíase servido: plomo, negro y rojo, la mano anónima que trazó la pictografía. Otro detalle curioso: a falta de parejeros, servíanse de vicuñas o llamas, los campeones.El relato casi mueve a las lágrimas cuando uno pregunta: ¿y dónde está?
Francisco Capdevila, historiador de la zona, se revulve en la silla y se frota las manos, un poco inquieto: Parece que una explosión en las minas aledañas terminó con todo. Todavía quedan en zona morteros comunales: son perforaciones en la roca dura que los aborígenes usaban para moler el grano. También quedan restos de lanzas de pesca, arcos y flechas, boleadoras. Cuentan que los autóctonos vivían en zocavones de piedra, tanto naturales como esculpidos por ellos. Cuentan que los hombres tenían barba. Y que los caciques junto a sus hijos, labraban la tierra y sembraban el maíz plantando una a una las semillas. Igual que cualquier hijo de vecino.Cuentan que eran pacíficos, que adoraban al sol y la luna. Que aprendían el evangelio muy fácil. Que comían semillas de chañar y algarroba, que pescaban, que cantaban, que bailaban. Vaya uno a saber. Ya no están más. Igual que el letrero.Deploré entonces no haber aprendido a dibujar, cuenta Monseñor Cabrera; y ello me sugirió la idea de regresar, en plazo más o menos corto, a aquel paraje, para hacerme por medio del objetivo, del pincel o lápiz, de un trasunto de el letrero. Más cuando me aprestaba años después, para llevar a cabo esta resolución, supe de muy buena fuente que, o por efecto quizás de una explosíon de dinamita en alguno de los yacimientos de oro y plata (no sabría asegurarlo), explotados hasta hace poco a inmediaciones del alero, o por algún movimiento sísmico producido, qué sé yo cuándo, en la región, el monolito había rodado hecho pedazos al fondo de la arteria.
Uno no sabe si deplorar más la inhabilidad, la lentitud o la desinteligencia ¿No podía ir inmediatamente con alguien que supiera dibujar? ¿Pensó que duraría para siempre? ¿No le importó tanto? Años después uno no puede más que acumular preguntas. El letrero se esfumó junto con sus anónimos autores.Cuentan que llegaron los primeros colonos y que construyeron hermosas mansiones. Dicen que eligieron los lugares más bellos. Dicen que amaban el hilito de agua de vertiente que pasaba dejando su melodía por el costado de la vivienda principal. Dicen que un día el hilito de agua creció, se convirtió en una fuerza descomunal que arrasó la vivienda y las vidas de los habitantes. Dicen que aprendieron dónde construir. Y construyeron una cancha de golf. Los jugadores, entre tiro y tiro, fueron juntando una por una las piedras, del sitio que hoy es un vergel maravilloso. Y después llegó el dique. El más grande de sudamérica. Y las sequías no se volvieron a repetir con la intensidad de antaño.El autor caminó por estos pagos cuando los folletos ya eran impresos en máquinas offset a 4 colores. El escritor entre las sesiones a bordo de su máquina Woodstock, derramó 14 libros en 14 años, construyó un lugar mágico de la cultura enclavado en un lugar mágico de la naturaleza. El Paraíso, la casona colonial que habitó desde 1969 pinta un Mujica Lainez atesorador de maravillas, sofisticado, excéntrico, elegante. Su casona combina la magia, con el arte, los documentos con lo esotérico.El Paraíso de Manucho atesora pinturas, esculturas, manuscritos y objetos personales. Difícil definirlo mejor que Amelia Bence, que un día le dedicó estas palabras: ¡BELLEZA! ¡BELLEZA! ¡BELLEZA! Es tu casa y eres tú.

El cielo celeste, los ríos y las vertientes, la brisa suave y el sol cálido, siguen siendo los mismos. No hay fábricas. No hay canteras. No hay oro. No hay plata. El tren dejó de pasar. Cuentan que el autor inuauguró el primer café concert del lugar. Se llamó El pianito loco, donde entre otros actuó Bergara Leuman. Ya no hay café concert.En La Cumbre, uno agradece haber recorrido los 94 kilómetros en dirección Nornoroeste desde Córdoba capital, haber probado los exquisitos mil hojas de Dany Cheff o los generosos lomitos que sirven en El Andén. Uno disfruta de seguir conectado al mundo en Planeta Tierra. Uno puede gozar la maravillosa cancha de golf (18 hoyos, par 70), las cabalgatas noctunas los días de luna llena o los perfectos terrenos para hacer mountain bike o trakking. Uno puede hospedarse en hoteles hasta tres estrellas, en hosterías, bungalows o cabañas de ensueño, en increíbles estancias. Ahí, uno puede ir a tomar algo a ... (·), antes de terminar la noche bailando en Tobys, un clásico del lugar.

Ahí, en la casa de Mujica Lainez, hay manuscritos de Rubén Darío, Marcel Proust, Juan de Garay, García Lorca, y muchos otros. Están el monóculo, la lapicera y el anillo del escarabajo de lapislazul del autor, duermiendo una soberana siesta adentro de una vitrina. Al lado, cerámicas precolombinas conversan con una piedra tallada en China, que contiene vaya uno a saber qué maldición, por suerte ya extinta. En tanto, bastones de monjes chinos se mezclan con santos de vestir europeos que miran fijo pinturas de Soldi, Victorica y muchos otros. Ahí, una página del manuscrito Juvenilia, de Miguel Cané convive con esculturas de Fioravanti, Yrurtia, Zuhur. En El Paraíso de Manucho, Hermenegildo Sabat se encuentra con Xul Solar, Borges con Tito Rivera y Ramón Columba con Victoria Ocampo.El Paraíso de Mujica Láinez tiene mil historias que contar, mil personajes para conocer. 

Los folletos de la era digital recomiendan el lugar para turistas en busca de recreación o para el cansado hombre de negocios en busca de reposo. Medio año con sol radiante, un cuarto nubladito. Dieciocho grados de promedio en todo el año. Un clima top, super top para la salud, comenta un extrajero que eligió el lugar para afincarse. Ahí viven cóndores y ágilas. Viven pájaros carpintero y gorriones. Viven tordos y zorzales. Viven zorros y serpientes. Viven cuises y perdices. La naturaleza llegó antes que nosotros y nos sobrevivirá. Ahí, el atardecer lo tiñe todo de oro.Uno quiere pensar en algún depredador del arte que guarda en un egoísta sitio el letrero. Que un día morirá un rico coleccionista británico y en el subsuelo de su castillo, aparecerá el canto de los comechingones. El intihuasi. Uno quiere pensar... Pero el ruido de la naturaleza lo hunde a uno en el silencio. El autor, uno piensa, encontró su refugio en el silencio.

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