Otrora: El
Fuerte
“Hacia
finales de la segunda guerra, testigos relatan que se llevaban a cabo
interesanes partidas de naipes en los jardines del castillo, interesantes, más
que por el juego en sí, por los personajes que participaban. Visto de lejos, se
diría que unas cuantas damas estaban reunidas a la mesa en ludica actividad,
visto más de cerca era evidente que dichas señoras tenían de señoras únicamente
la vestimenta...”
El Castillo
se encuentra rodeado de un magnífico paisaje, sobre la ladera de las sierras
que limitan La Cumbre por el Este, actualmente tiene unos 800 metros cubiertos
y el total de la propiedad son 17 hectáreas.
El hoy
conocido como Castillo Mandl, fue originalmente construido por el arquitecto
Emilio Maissonave a pedido del médico rosarino Bartolomé Vasallo, con el fin de
ser utilizado como residencia veraniega, en 1930. Por aquel entonces todos lo
llamaban "el Fuerte". Su estructura ostentaba torres,
contrafuertes, almenas, un cañón de utilería que custodiaba la entrada, y un
busto en tamaño natural de Edelmira Quintana, la mujer del médico. La historia
del lugar está colmada de leyendas.
El
arquitecto Emilio Maisonnave nació en Mar del Plata el 9 de mayo de 1906.
Realizo obras importantes, entre ellas, la sede central del Banco Provincial de
Santa Fe, en Rosario. En Buenos Aires, el edificio de Cerrito 760 (hoy sede del
tribunal de Justicia de la ciudad) junto con el arquitecto Juan B. Durand.
Vasallo quería un edificio colonial con torres y almenas, etc. Se sentía un señor feudal, comentaba Maisonnave. El y Ernesto Manzella (que había sido su compañero de estudios en la Facultad y con quien trabajaban juntos, como jóvenes arquitectos asociados con Durand) querían disuadir al medico famoso de las exigencias que imponía, pero Durand les decía a ellos: Llévenle el apunte que va a pagar bien.
Vasallo quería un edificio colonial con torres y almenas, etc. Se sentía un señor feudal, comentaba Maisonnave. El y Ernesto Manzella (que había sido su compañero de estudios en la Facultad y con quien trabajaban juntos, como jóvenes arquitectos asociados con Durand) querían disuadir al medico famoso de las exigencias que imponía, pero Durand les decía a ellos: Llévenle el apunte que va a pagar bien.
Además de
ser un cirujano de enorme fama y contracción al trabajo, que comenzaba a
trabajar a las 4 y media en verano y a las 5 y media en invierno, y que llegaba
a operar de cinco a seis enfermos por día, Vasallo era propietario de siete
estancias en Entre Ríos: El Sauce, La Unión, San Carlos, La Margarita, El
Triunfo, La Graciada y La Energía, consideradas modelo de explotación ganadera
y agrícola.
Vasallo daba
señales de su presencia en la morada, izando una bandera azul y acostumbraba
con su esposa a pasear a caballo por las calles de La Cumbre. Donó su castillo
a la Municipalidad pero, en 1942, el oneroso costo de mantenimiento hizo que el
municipio lo llevara a remate público. Si hasta entonces su particular
fisonomía lo había convertido en una atracción turística, su nuevo dueño, Fritz
Mandl, le sumaba los rasgos de su personalidad poco común para transformarlo en
centro de permanentes comentarios.
Sonia
Baraldi de Marsal, residente en Los Cocos, recuerda que siendo niña mas de una
vez fue con sus padres, el doctor Alberto Baraldi y Clemencia Casas
Duchesnois, a tomar el té al castillo del doctor Vasallo. Recuerda que entraba
en un hall en penumbra y había un busto de Edelmira Quitana, la esposa de
Vasallo, que le impresionaba mucho (me asustaba) porque le parecía toparse con
la dueña de casa. Había un foco que iluminaba directamente al busto, que estaba
sobre una columna y tenia una peluca colorada (el color de pelo de Edelmira),
pestañas postizas, etc. Era como una replica de sí misma: un día estaba con
tules morados, otro día, con una estola de visón... De repente aparecía ella a
saludar y Sonia veía a las dos, era como muy teatral. Edelmira cambiaba el
abrigo, los adornos, del busto y explicaba: Quiero ser todos los días distintos
para mi marido. Vasallo era bajo, solía estar vestido de oscuro, con cuello
duro, chaleco. Usaba pertinentes (anteojos sin patillas. Era zezioso. De
extracción social humilde, ganaba muchísimo dinero como cirujano que era. Se
concentraba en operaciones de apendicitis. Edelmira Quintana provenía de una
familia de abolengo. En mi familia tenemos mas brigadieres que los Alvear,
decía. Y Vasallo le comentaba a Maisonnave: mire en que cosas se viene a
preocupar mi mujer.
Mandl fue un
personaje novelesco que recorrió como protagonista buena parte del siglo 20.
En Austria heredó una fábrica de armas desde la que ayudó a pertrechar a la Alemania de Hitler, y la primera de sus cinco esposas fue una actriz vienesa que filmó el primer desnudo total de la historia del cine.
Una pelea personal con el ministro nazi Hermann Göring acabó con la expropiación de sus bienes en Europa, y a mediados de los años ’40 llegó como refugiado a la Argentina con su Rolls Royce, una corte de mantenidos y una tonelada de oro en lingotes.
Aquí abrió fábricas y empresas durante el peronismo, que debió cerrar cuando los norteamericanos lo hostigaron sospechándolo de nazi y, tras su muerte en Viena, en 1977, se desató una guerra por su herencia que tardó años en resolverse.
En Austria heredó una fábrica de armas desde la que ayudó a pertrechar a la Alemania de Hitler, y la primera de sus cinco esposas fue una actriz vienesa que filmó el primer desnudo total de la historia del cine.
Una pelea personal con el ministro nazi Hermann Göring acabó con la expropiación de sus bienes en Europa, y a mediados de los años ’40 llegó como refugiado a la Argentina con su Rolls Royce, una corte de mantenidos y una tonelada de oro en lingotes.
Aquí abrió fábricas y empresas durante el peronismo, que debió cerrar cuando los norteamericanos lo hostigaron sospechándolo de nazi y, tras su muerte en Viena, en 1977, se desató una guerra por su herencia que tardó años en resolverse.
En 1944 Lo
compró el aristócrata, fabricante de armas, austríaco Fritz Mandl, quién había
desembarcado en la Argentina buscando refugio de la peligrosa Europa.
Dueño de un
espíritu de vanguardia, Mandl llevo a cabo una remodelación plena de modernismo
para la época. Sus interiores tienen, el inconfundible sello del diseñador
francés Jean Michel Frank, cultor del minimalismo en el siglo XX, de Diego
Giacometti y mobiliario de la prestigiosa Casa Comte.
Así, fueron
eliminados los elementos que lo caracterizaban como una fortaleza más que como
una residencia, y se logró un estilo muy particular y de avanzada para los años
40. A partir de entonces lo visitaron numerosas personalidades europeas:
nobles, políticos y militares pasaron temporadas allí mientras su dueño
permaneció en el país.
El castillo
de La Cumbre fue el último escenario argentino en la vida de Fritz Mandl. Allí
vivió por temporadas con sus dos últimas esposas, allí guardaba su colección de
arte. Luego de su muerte en Viena durante 1977, el Castillo sirvió como
lugar de veraneo para Gloria, hija de Fritz, quién veraneaba con
su familia y amigos todos los años, posteriormente, según la versión
oficial, Alejandro Mandl, hijo de uno de los matrimonos de Fritz, quién
había partido a Europa, ofreció a su amigo Hugo Anzorreguy tomar a su cargo la
propiedad a cambio del mantenimiento y el pago de gastos y tasas.
Anzorreguy
lo hizo reparar, remodelar y reequipar, convirtiéndolo en el lugar de descanso
de su familia, y a la vez en sitio de peregrinaje de lo más granado del
menemismo (incluso el propio Carlos Menem) y hasta escenario de una memorable
despedida de año junto a jueces federales de la Capital.
En principio
quiso hacer del Castillo Mandl un spa. El proyecto quedó de lado, tal vez
porque su mujer se entusiasmó con la mansión o, tal vez, porque un spa era un
negocio poco recomendable para guardar secretos. Lo cierto es que los agentes
de la Side menemista pasaron sus bucólicas vacaciones mientras jugaban al golf.
Desde
diciembre de 2006, el castillo, con su parque de 11 hectáreas, se ha
transformado en una hostería de 15 habitaciones, en la que misteriosos
recuerdos aún flotan entre sus paredes de piedra y que ofrece a sus huéspedes
participar del encanto del lugar.
Fritz Mandl
Como ocurre
con personajes que rozan la leyenda, Fritz Mandl parece haberse escrito la
historia a su imagen y semejanza.
Inabarcable y difícil de clasificar, con una profesión rentable pero antipática como la de fabricante de armas, los americanos lo llamarían “agente nazi” y la Gestapo lo perseguiría por judío.
Inabarcable y difícil de clasificar, con una profesión rentable pero antipática como la de fabricante de armas, los americanos lo llamarían “agente nazi” y la Gestapo lo perseguiría por judío.
Esto último,
al menos, era medianamente cierto. Había nacido en Viena en 1900, de padre
judío y madre católica, y apenas cumplidos los 30 años se había hecho cargo de
la empresa familiar. Tenía talento y sentido de la oportunidad, y en la Europa
que se preparaba para la guerra el negocio comenzó a florecer.
Les vendió
armas a Francia y a Suecia, a Alemania que se rearmaba en secreto, a Hungría,
Polonia y Suiza, a Italia cuando invadió Etiopía (y a los etíopes para que se
defendieran), a los dos bandos durante la guerra civil española, y a Bolivia en
su guerra con Paraguay. Podía jactarse de algo: no era traficante sino
productor, y en sus fábricas de Hirtenberg, a 30 kilómetros de Viena,
trabajaban 25 mil obreros.
Por
entonces, Mandl lucía siempre un clavel rojo en la solapa, fumaba sólo cigarros
Havana y había comenzado a formar dos colecciones que lo mantendrían ocupado
hasta sus últimos años: los trajes a medida, de los que según la revista Time
llegaría a tener 278 en 1945, y las mujeres hermosas, que serían menos pero
también suficientes: cinco esposas y una interminable lista de amantes.
Su primer
matrimonio fue a los 21 años y le duró seis semanas; el segundo fue con Hedy
Lamarr, una actriz que lo enamoró desnuda desde la pantalla de un cine; el
tercero con Hertha Schneider; el cuarto con la argentina Gloria Vinelli, y el
último con Monika Brueckelmayer, quien había sido su secretaria.
Como
correspondía a alguien de su posición, Mandl era un hombre informado y a fines
de los años 30 vio con anticipación el cataclismo que amenazaba a Europa. Dos
días antes de que las tropas alemanas entraran en Viena, compró una villa en
Cap d’Antibes, sobre la Costa Azul, y se retiró a esperar allí lo que iba a
suceder. Tenía efectivo: un tiempo antes había convertido su fortuna personal
en valores depositados en Francia y en Suiza, y sólo en París había guardado 15
millones de francos.
Cuando los
nazis llegaron a Viena y tomaron su fábrica, empezó el litigio. Se dice que un
amigo italiano, Benito Mussolini, intercedió por él, y entonces llegaron a un
arreglo: a cambio de ceder el control operativo de su fábrica, Mandl recibió
170 mil libras esterlinas y 1.240.000 marcos alemanes, su padre fue liberado de
la custodia invasora, y las propiedades personales confiscadas le fueron
devueltas.
Entre estas
había muebles, una colección de arte y otra de pianos, y algunos Rolls Royce.
Uno de ellos era un modelo RR III landau de 1938, carrozado especialmente por
Vaden Plas, que apenas pudo recuperar embarcó hacia un puerto seguro.
Fritz Mandl
llegó a Buenos Aires en octubre de 1938. Además del Rolls venía con su padre,
su hermana Renée, su banquero privado (a quien había rescatado de un campo de
concentración), su amante Hertha Schneider y 700 toneladas de oro en lingotes
que iba a depositar en el Banco Central.
No era la
primera vez que estaba en la Argentina. Los primeros negocios en el país los
había hecho en 1927, vendiéndole herramientas de precisión a la fábrica Borges,
y 10 años más tarde había intentado –sin éxito– participar en las fábricas de
armas de Río Tercero y de Villa María. Como la operación no había resultado,
tuvo que diversificar la inversión: compró una arrocera en Entre Ríos, una
fábrica de bicicletas en la capital, una mina de carbón en Mendoza, campos en
todo el país, empresas en Uruguay y la cuarta parte de la Naviera Mihanovich.
En 1939, cuando ya llevaba un año yendo y viniendo desde Buenos Aires, regresó
de uno de sus viajes con un pasaporte diplomático que lo acreditaba como cónsul
general de Paraguay en Monte Carlo.
Para 1941,
las páginas de sociedad de los diarios se ocupaban frecuentemente de él. Vivía
en un piso sobre la avenida Alvear; ocasionalmente le pegaba a su mujer, que lo
denunciaba a la Policía; trataba de ser aceptado como socio en el Jockey Club,
donde siempre le ponían bolilla negra, y se trasladaba continuamente entre un
chalet que había comprado en Mar del Plata, una propiedad en la zona del Llao
Llao, sobre el Nahuel Huapi, y el castillo que tenía en La Cumbre, que había
hecho reformar para sacudirle el mal gusto de su dueño anterior.
En la
Argentina peronista de la posguerra, en fin, no soplaron buenos vientos para
Fritz Mandl.
Washington y
Londres sospechaban del país y de Perón, que habían sido tan tolerantes con
Adolf Hitler, y creyeron –o fingieron creer– que el austríaco era el cerebro de
la fuga de nazis y el testaferro de sus capitales expatriados. Parece más
cierto que no estaban dispuestos a tolerar que Mandl reiniciara su fabricación
de armas en esa Buenos Aires inestable y belicosa, y las presiones acabarían
con él, que terminaría regresando a Europa para remontar las fábricas que había
recuperado.
Los
recuerdos que hoy quedan de ese hombre en La Cumbre son borrosos, y lo pintan
andando a caballo por las sierras, llegando a misa vestido de blanco, montado
en un sulky, o recibiendo huéspedes con los que jugaba largas partidas de
bridge. “El castillo era la casa que más le gustaba a mi padre”, recuerda
Alejandro Mandl Vinelli, uno de los cinco hijos que tuvo con su exquisita
sucesión de mujeres.
Pese a eso,
Fritz Mandl dejó de ir allí hacia 1973 ó 1974, por miedo a que lo secuestrara
algún grupo guerrillero. Moriría en Viena sin volver a ver el castillo, en
1977, y sería enterrado en Hirtenberg, donde había empezado a amasar su
fortuna.
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